El gran Ryszard Kapuściński (o "el enviado de Dios", según Le Carre) se sumergió con "Ébano" en la pequeña historia de África a través de los miles de encuentros y desencuentros que tuvo, a largo de sus 30 años como corresponsal, por este vasto continente. Pero de todos ellos, el que aquí nos interesa hoy es el que tuvo con Jorge Esteban, el único español que aparece en su libro.
Pero antes quiero que leáis cómo hablaba Kapuściński de Edgar y Clare, dos escoceses de Glasgow con los que se topó en Dakar (Senegal), y que estaban atravesando África Occidental, desde Casablanca hasta Niamey, con el único ánimo de "recorrer mundo". "Todo indicaba a que nos quedaríamos parados un buen rato. En poco tiempo se reunió un nutrido grupo de curiosos de la ciudad. Animé a los escoceses a que bajásemos [del tren] a echar un vistazo y charlar con la gente. Se negaron en redondo. No querían conocer y hablar con nadie. Se negaban a entablar relación alguna y no visitarían a nadie. Si se les acercaba alguien, daban la vuelta y se alejaban. Lo mejor que harían sería huir, y de buena gana. Esa actitud suya era resultado de una experiencia breve pero mala. Se habían convencido de una cosa: si hablaban con alguien, su interlocutor siempre acababa pidiéndoles algo, dando por descontado diversas cosas: que le conseguirían una beca, le encontrarían un trabajo o le darían dinero. Ese alguien siempre tenía a los padres enfermos, a unos hermanos pequeños que mantener y él mismo llevaba varios días sin probar bocado. Este tipo de quejas y lamentos pronto habían empezado a repetirse. No sabían cómo reaccionar. Se sentían impotentes. Finalmente, decepcionados y vencidos, habían tomado una decisión: nada de contactos, encuentros y charlas. Y se mantenían fieles a su determinación".
Tan sólo 4 páginas despúes, el famoso reportero polaco narra su encuentro con el susodicho español, esta vez en Bamako (Mali). "Un buen día llegó al albergue de las monjas Jorge Esteban, de Valencia. Tenía en su ciudad una agencia de viajes, y recorría África Occidental en busca de materiales para un anuncio publicitario. Jorge era un hombre agradable, alegre y enérgico. El clásico típico de animador de la fiesta. En todas partes se sentía como en su casa y estaba a gusto con todo el mundo. Sólo pasó un día entre nosotros. No prestó atención al sol de justicia; su fuego abrasador parecía infundirle fuerzas. Deshizo una bolsa llena de cámaras fotográficas, objetivos, filtros y rollos de película y luego se puso a caminar por la calle, a charlas con las personas que allí estaban sentadas, a contarles chistes y a prometerles cosas. Luego colocó su Canon sobre un trípode. Sacó un silbato potente, de los de fútbol, y empezó a silbar. Yo, que contemplaba la escena a través de la ventana, no podía dar crédito a mis ojos. En un instante, la calle se llenó de gente, que no tardó ni un segundo en formar un círculo. Luego, todos se pusieron a bailar. No sé de dónde habrían salido los niños. Llevaban unas latas vacías que golpeaban ahora, marcando el ritmo. De hecho, los marcaban todos, batiendo las palmas y arrastrando los pies según los pasos de la danza. La gente había despertado de su letargo, su sangre había empezado a fluir y el vigor se apoderó de ella. Se veía hasta qué punto la danzo divertía a todos, lo contento que estaban de haber descubierto vida en su interior. Algo había empezado a suceder en aquella calle, en su medio, dentro de ellos mismos. Las paredes de las casas se movieron y se despertaron las sombras A cada momento se agregaba un nuevo miembro al círculo, que no cesaba de crecer, abombarse y acelerar el ritmo de la danza. Bailaba también la multitud de curiosos, la calle entera, todo el mundo. Se mecían los "bou-bou" multicolores, las "galabiyas" blancas y los turbantes azul celeste Como allí no había -y sigue sin haber- ni asfalto ni empedrado, encima de las cabezas empezaron a levantarse enseguida nubes de polvo, oscuras, densas, incandescentes y asfixiantes. Parecidas a las que levanta un incendio, atraían a más gentes de la vecindad; de repente, todo el barrio se había puesto a bailar, a marcar el compás y a divertirse ¡en la peor, en la más torrida y mortífera hora del mediodía!."
Aunque Kapuściński siempre huyó de los estereotipos ("el mejor reportero del siglo XX", dicen muchos), aquí parece alimentar, por pura casualidad, el del español. Y bienvenido sea ¡Viva el jolgorio, la jarana, el jaleo, el bullicio, la fiesta, la juerga, el cachondeo, la farra, la parranda y la bulla! Cuanto menos una curiosidad... y con dos cojones ¡Ups!.
Aunque Kapuściński siempre huyó de los estereotipos ("el mejor reportero del siglo XX", dicen muchos), aquí parece alimentar, por pura casualidad, el del español. Y bienvenido sea ¡Viva el jolgorio, la jarana, el jaleo, el bullicio, la fiesta, la juerga, el cachondeo, la farra, la parranda y la bulla! Cuanto menos una curiosidad... y con dos cojones ¡Ups!.
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